La vida empieza cada
mes, cada día, cada hora, cada instante.
Cada momento nuevo nos invita a reinventarnos. Pero, ¿cómo hacerlo? ¡Cómo comprender que
desde la óptica de Jesús la vida sí puede ser transformada!
Decir sí, el primer paso.
Decirle sí a Jesús es como el primer
paso de un nuevo baile. Se forma un
estilo único que sorprende a medida que se va avanzando. Es una tonada musical donde se nos pide abrir al Señor nuestro sepulcros sellados para que Él entre y nos llene de vida. Dejamos así atrás las piedras del rencor y las
losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas.
Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia.
Pero la primera piedra que debemos remover es
la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos.
Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin
esperanza, de los que viven como si el Señor no hubiera resucitado y sus problemas
fueran el centro de su vida. Cuando vivimos con Jesús, los problemas
girarán a nuestro alrededor, pero no nosotros alrededor de ellos. Él nos enseña
a abordarlos de una manera diferente.
Este es el fundamento de nuestra esperanza, que no es simple
optimismo, ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La
esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de
nosotros mismos y nos abrimos a Él. Esta esperanza no defraudará porque el Espíritu Santo se encargará de la salud de
nuestros corazones.
La celebración de esta certeza
es clara, nada ni nadie nos podrá apartar nunca del amor de Dios (cf. Rm 8,39). El Señor está vivo y quiere que lo busquemos
entre los vivos.
Después de haberlo encontrado, nos invita a compartir nuestra
experiencia junto a Él con otros, para resucitar la esperanza en los corazones que
aún continúan abrumados por la tristeza, y quienes no consiguen encontrar
la luz de la vida.
Hermanos abrámonos a la Luz y la Esperanza. Una nueva vida en, con y para Cristo ayudará
a la salud de nosotros mismos y nuestro entorno.
Que Dios los bendiga