La opinión pública se ha visto sobresaltada en los últimos días por
cuenta de las noticias del vecino país que dan cuenta de la fracturada relación
entre el presidente Donald Trump y el Primer Ministro Justin Trudeau, lo cual
ha envuelto a Canadá en una atmósfera gris a nivel diplomático y comercial, que
no tiene precedentes en un país que se ha caracterizado por sus magníficas
relaciones internacionales.
Desde la época electoral en ambas vertientes se precedía el caos. La mirada y el estilo de ambos mandatarios
frente a diversos temas se hizo inminente en las afirmaciones que ambos
esgrimían en temas como la inmigración y la renegociación del Nafta.
Pero la hora cero empezó a correr cuando se produjo el primer encuentro
en Estados Unidos, donde según los expertos en lenguaje corporal, -para no hablar solo de un contexto político-
la firmeza y seguridad de Trump fue contundente en el manejo de su cuerpo,
mientras que Trudeau osciló por momentos entre la seguridad y los nervios.
La forma como Trump apretó la mano del primer Ministro develó lo que
siempre quiere mostrar al saludar: Dominio.
Pero Trudeau no se quedó atrás, se abalanzó hacia el presidente,
aproximándose bastante, señal también de tomar el control según los expertos en
la materia.
Más allá
del lenguaje corporal
Pasando el análisis de los eruditos en expresión de gestos, encontramos
como centro de la falta de empatía, el tema de inmigración que siempre ha
estado latente como un “talón de Aquiles” y ahora los impuestos anunciados por
la administración Trump al acero y el aluminio canadiense.
Pero la prensa no se ha quedado atrás. El registro no se ha
limitado al compendio de noticias, sino que los hechos recientes de la
malograda acción del presidente estadounidense al separar los niños inmigrantes
de sus padres ha provocado además de lágrimas de los propios presentadores al
relatar los hechos, el rechazo al unísono de las acciones del mandatario, que
pese a reversar la decisión se convirtió en el blanco de la crítica mundial
Estas acciones contrastadas con la política de inmigración
del ministro Trudeau le ha valido una portada en la revista Rolling Stones,
acompañada de la frase: ¿Por qué no puede ser nuestro presidente?. Una postura periodística bastante escueta.
Pero más allá de la posición editorialista de la prensa y
de la mirada de la opinión pública que ve absorta lo que ocurre, lo cierto es
que comercialmente Canadá y Estados Unidos tienen estrechos vínculos. Uno de cada siete empleos en nuestro país
depende de esta relación.
“Todos de acuerdo:
Estamos en desacuerdo”
Pero sin duda lo que ocurrió en los últimos días terminó de empeorar la
situación. Al término de la reunión del G-7 –donde se reúnen los países más
industrializados del mundo- y cuando ya había partido el presidente
Trump se firmó un acta en el que quedaba claro que “Todos estamos de acuerdo en
estar en desacuerdo”. En una orilla estaba Estados Unidos y en la otra los seis
países restantes.
Trump utilizó luego su acostumbrado medio institucional:
twitter, para tachar a Trudeau de “deshonesto y débil”. Durante la cumbre él dijo que acabaría las
relaciones comerciales con quienes insistieran en aplicar aranceles a los
productos de su país.
Trudeau manifestó que él le hizo saber a su homólogo que
apicaría aranceles a sus productos si insistía en hacer lo mismo al aluminio y
el acero canadiense.
El contexto es claro: Tensión bilateral. Vendría bien que junto a la
buena imagen de la que goza nuestro primer ministro, tuviese eco la siguiente frase
de Kissinger, uno de los mayores líderes de la diplomacia mundial:
“Como estadista, uno tiene que
obrar con la suposición de que los problemas se tienen que resolver”, y
bajo esa inspiradora reflexión lograr que los ánimos se normalicen y se logre
la mejor atmósfera para negociar lo que resta del futuro del Nafta, entre otros
temas actuales y futuros.
Lo que sí queda claro es que la fuerza de la opinión pública, sumada a
las nuevas tecnologías, le recuerda a
los mandatarios, que para bien o para mal, no están solos y sus decisiones
deben ser sopesadas con la validación ciudadana que está más activa que nunca.