Todos los viernes mi hija y
yo recibimos a un pequeño grupo de niños en nuestra casa con quienes pintamos
telas y conversamos. A esta actividad la llamamos “el club del arte”. Aquel día, mientras nos inspirábamos
mutuamente en cuanto a colores e ideas, una de las niñas nos comenzó a relatar
un acontecimiento que la tenía ofuscada, una de sus amiguitas le “copiaba”
todos los pasos de baile que ella inventaba.
A su reclamo se sumó otra
niña, quien también sentía lo mismo en relación a esta amiga. Los reclamos eran
“quieren hacer todo lo que nosotras
hacemos, nos copia los mismos pasos y eso es tan molesto”. Por mi parte,
comprendiendo la importancia de validar los sentimientos de nuestros niños (y
de todos), me limité a escuchar y asentir con el entendimiento y la experiencia
de saber que este sentimiento es real, que a veces uno hace algo y no quiere
verlo replicado por otras personas.
Pero, al mismo tiempo sabía
que esta era una cuestión cultural, que no provenía de la raíz humana, sin
embargo antes de saltar a corregir lo que ella me decían, les di el tiempo
necesario para que se expresaran.
Recuerdo cuando en casa, en
la calle o en la escuela de vez en cuando nos llamaban “copiones” ya sea porque
nos habíamos trenzado el pelo igual que la compañera o por algún otro detalle.
El resultado es que siempre quedaba la idea de que copiábamos a alguien y nos hacían sentir mal por ello. Sin embargo,
cuando uno analiza la realidad allí puede notarse que en ciertas zonas todos
hablamos el mismo idioma, usamos los mismos modismos, bailamos la misma música
y hasta llegamos a parecernos físicamente.
De ahí que cuando vamos a
otros países muchas veces nos pueden identificar como “latinos” “gringos” etc,
esto a causa de que nacemos diseñados para aprender de los demás. De esta
manera se mira al más experimentado y se recoge su experiencia y hacerla
nuestra.
Es instintivo
Es decir, nacemos
conectados a un nivel tan profundo, que se hace crucial, incluso para la
supervivencia, el tener la capacidad de leernos interna y externamente y de
imitar lo que los unos y los otros hacemos. Entonces, si cambiamos la palabra
“copiar” por “aprender” o “inspirar” esto nos puede dar una aproximación
completamente distinta a lo que hemos visto hasta ahora como un aspecto
negativo en otros y a lo que hemos llamado así.
Entonces, una vez las niñas
terminaron el proceso de desahogar sus emociones sin sentirse mal por ello,
pude agregar: niñas mías, un día todos gateamos, luego miramos al lado y vimos
que alguien caminaba erguido y pensamos “si él/ella puede caminar, entonces yo
también puedo” y justo allí nos pusimos de pie y comenzó nuestro andar.
Luego, -aunque hayamos sido
capaces de hacer muchos sonidos-, un día notamos que alguien era mejor
comprendido al usar las palabras, entonces comenzamos a hablar poco a poco. Y
así podría seguir enumerando tantas cosas que hemos aprendido los unos de los
otros, que nos han llevado a ser lo que ahora somos y a lo cual se le llama
aprender.
En ese momento pensé que
iba a tener que seguir dando infinitos ejemplos para hacerme entender, sin
embargo, en esa belleza humana que florece cuando algo se comprende desde
adentro, las niñas comenzaron a dar sus propios ejemplos de cómo diariamente
estamos repitiendo lo que vemos en otros, sobre todo cuando esos otros son
personas de las que gustamos, personas en las que confiamos, personas que
significan algo muy importante en nuestras vidas.
Entonces, lo que en algún
momento fue sinónimo de molestia, pasó a ser fuente de satisfacción y orgullo
al recordar cómo esta amiga de ellas, quien es un poco más joven, veía en ellas
una real fuente de inspiración y una hermosa motivación para aprender y crecer.
muy lindos relatos, me encantan!,